4.8.06

Morir de amor


El día en que ella murió, la vida perdió todo sentido para él. Habían pasado más de treinta años juntos, cruzado juntos allende los mares y emprendido una nueva vida. Y ese día, desconsolado, lloraba a lágrima tendida en el patio, sentado en una silla y rodeado de cuatro o cinco personas que no encontraban forma de consolarle.
Hubo un solo momento en que, entre lágrimas y gemidos, logró hablar. Fue cuando su nieta, de unos tres años, se acercó caminando tan rápido como le permitían sus piernitas. Al ver llorar a su “abuelito” de esa forma, empezó a preguntar una y otra vez que dónde estaba su “abuelita”. Él apenas podía contestar. Sin detener el llanto desconsolado, repitió entonces una y otra vez “ay, abuelita”, “ay, abuelita”.
Unos años después, él también murió. Había sobrevivido concentrándose en el trabajo y en la familia, pero la casa se había llenado de ausencia y a veces la tristeza era insoportable. Hizo sus elecciones, y parecería que en algún momento dejó de luchar. Sin ella, la vida nunca más sería igual.

**Ojalá las historias como ésta no tuvieran puntos negros. Ojalá sea cierto que no todo termina con la muerte. Ojalá que la muerte no alcanzara en soledad, como a Don Emilio, de 72 años, encontrado en su residencia de Madrid, cinco meses después de fallecer en la cama.

1 comentario:

cj dijo...

si mi querida niña....desafortunadamente ese es el fin irremediable de cualquier historia humana....solo recuerda que los que se han ido, sencillamente se nos adelantaron en el camino..y desde donde esten siguen cuidandonossss
palabras cliche? si....pero es diferente decirlas cuando realmente se sienten....
un beso