31.7.06

Mi hogar adoptivo


Últimamente he sobrevivido varias veces a la misma pregunta. “¿Si venías a España, por qué escogiste Madrid?”. Y la verdad es, sinceramente, que no lo sé. Quizás debería decir que el destino me trajo aquí, pero no tengo respuesta. Sólo sé que me siento acogida sin que me cuestionen y que ahora formo parte del 13% de madrileños que habitan en esta gran ciudad sin haber nacido aquí.
Cada día me enamoro más de sus rincones. Cada día descubro un detalle nuevo al caminar por las calles. Cada día me maravillo más con la arquitectura. Cada día conozco una persona nueva, procedente de algún rincón del mundo, con una historia qué contar. Y cada día se me olvidan un poco más las quejas por obras y por los horarios de los bancos cuando camino por Gran Vía, descubro un poco más de una cultura distinta, disfruto del transporte que también puedo usar de noche y veo alguna exposición. Hay detalles que nunca serán iguales en otras ciudades.
Quizás a Madrid le falten letrinas, o algunas vivencias de las que tuve del otro lado, pero esta ciudad me sigue fascinando y me regala nuevos recuerdos. Santiago es mi ciudad natal, es la que llevo en las entrañas (por decirlo de alguna forma), pero Madrid es últimamente el lugar donde me estoy forjando una nueva vida.
Sé que cuando pise tierra dominicana, lo primero que harán todos será verificar si he cambiado. Aunque no se note mucho, siento que lo he hecho. Y me alegro. No hay ninguna experiencia importante de vida que no te cambie por lo menos un poco y este nuevo hogar adoptivo es, desde luego, una de ellas…

30.7.06

Todos los extremos son malos

Veredicto final del fin de semana que ya voló: sobredosis de nostalgia, largas horas de sueño tras largas horas de trasnoches, altos niveles de felicidad por nuevas perspectivas ajenas, niveles crecientes de mal de amor (y de humor en algunos casos), largas horas invertidas felizmente en el aeropuerto, instantes incontables para recordar las alegrías de la cultura dominicana, embalses bajos en el abrazómetro, muy bajo ritmo cardíaco por culpa de las ausencias.

28.7.06

De vacaciones en Madrid

La ciudad comienza a vaciarse y llega la emigración masiva de las vacaciones. En el Metro, aún peor que otros fines de semana, todos pasan a mi lado con maletas. Verlos irse mientras me quedo es una verdadera tortura (china, diría yo), pero no tengo muchas opciones, así que intentaré compaginar el trabajo con la maravillosa oferta social/cultural/de ocio que está disponible en la ciudad. Me quedo de vacaciones en Madrid.
Lo único que pido es que el próximo año mis vacaciones NO sean como ésta…

27.7.06

Efectos secundarios

“Cuidado con lo que deseas porque puede ser que lo consigas”

Otras aplicaciones…
Cuidado con lo que pides porque cuando llegue puede no gustarte.
Cuidado con lo que quieres porque puedes dejarlo pasar sin siquiera percatarte de que llegó.
Cuidado con lo que preguntas porque puedes obtener una respuesta (y ésta puede no gustarte).
Cuidado con lo que deseas porque puede que al final no lo valores.

25.7.06

Círculos...

1955
Todas las pertenencias caben en una maleta. Al cruzar las aguas, las horas se vuelven infinitas. Espera un destino desconocido. En una nueva tierra habrá que labrar. Aprender a comer papas. Convivir con las diferencias culturales. Aguantar el rechazo. Usar otra forma de hablar. Descubrir nuevos sabores. Incluso, alguna que otra vez, aprender a arar la tierra con un solo zapato para rendir la suela de cada par.

50 años después, una generación más tarde
Todas las pertenencias caben en una maleta. Al cruzar las aguas, las horas se vuelven infinitas. Espera un destino desconocido. En una nueva tierra habrá que labrar. Aprender a comer papas. Convivir con las diferencias culturales. Aguantar el rechazo. Usar otra forma de hablar. Descubrir nuevos sabores. Incluso, alguna que otra vez, aprender a arar la tierra con un solo zapato para rendir la suela de cada par.

23.7.06

Arrastrando dudas

Alguien me lo dijo alguna vez. No vale la pena gastar energía en cosas inútiles o que no podrás resolver. Aún así, siempre se quedan sobre el tapete aquellas preguntas que nunca encontraron respuesta. Bullen todas, incluso las de las palabras necias y las de los oídos sordos. También las mal estructuradas, las abiertas, las cerradas, las retóricas, las hipotéticas e incluso las que no interpretaremos jamás. Aún así, las peores siguen siendo las que en voz alta nunca se formularon.

22.7.06

Alma caribeña


El escenario estaba escrito así: una de esas tardes para salir a disfrutar de la ciudad a pie, siempre que sea a una hora de este caluroso verano a la que no se derritan hasta las ideas. El destino: un agradable y fresco parque. En este caso el del Oeste Madrid, específicamente en el Templo de Debod. Y SÍ, es un templo egipcio en medio de un parque.
Olvido los detalles históricos y retomo el escenario. Vuelvo al área verde, con el sol que va cayendo, la fuente que refresca con sólo mirarla (aunque sean otros quienes metan los pies), las familias que caminan, las parejas que se sientan a la sombra, los perros que también se mojan en la fuente y una brisita de las que hacía falta para despejar las ideas y reorientar la perspectiva.
Tras una conversación sobre la vida con una de esas amigas que tienen buenos oídos, llegó el objeto de la atención de todos. Era una camiseta naranja que se movía sin parar. La historia se fue desvelando unos minutos después. Habíamos visto al niño de aproximadamente dos años hacía media hora. El propietario de la camiseta agitaba los brazos y sonreía con una alegría incontenible, de esas que no se acaban nunca. Al notar que tenía sentido del ritmo nos dimos cuenta que un chico tocaba la tambora a unos metros de distancia sin percatarse de los efectos. Y el niño, sin soltar en ningún momento la sonrisa, bailaba sin parar. Parecería que el ritmo le corriera por las venas, y como buena representante de una región donde la música se respira, llegué a pensar que el protagonista de la tarde tenía alma caribeña.
Él siguió bailando un rato más, acercándose sin palabras pero dejando el sonido de sus carcajadas, que eran secundadas por las nuestras. Lo tuvimos cerca hasta que, cual artista, se despidió agitando la mano y enseñando los dientes cuando sus padres (también sonrientes) decidieron que era hora de volver a casa.
Nunca sabré su nombre, pero tengo foto como testimonio del espectáculo. Si alguien aún lo duda, describo la sensación a través de una frase expresada por la dueña de los buenos oídos: “ese niño da luz”. La lección está más clara que nunca: algunos de los mejores momentos de la vida son protagonizados por seres de pequeñas proporciones.

21.7.06

Lo que hay en el ático

...hoy no pienso, sólo existo...

19.7.06

Permiso para pellizcar


Que alguien me pellizque si peco de ingrata,
si sobre las olas un golpe me arrebata,
si durante la noche llego a casa,
si derramo una lágrima con los ojos cerrados,
si me encuentra perdida entre uno y otro lado.

18.7.06

Las letrinas que le faltan a Madrid…

Busco qué hacer en una noche sin luna y sin energía eléctrica. Esto de que se fuera la luz no creí que vendría a vivirlo en el “primer mundo”. A estas alturas, después de dos horas de oscuridad compartida, he llegado a la conclusión-luego de hacer sufrir a mi compañera de piso con todas las tonterías que se me ocurrían por aburrimiento- de que hay previsiones como la de la vela en la despensa que no debemos perder nunca, incluso cuando se muda uno a una ciudad con electricidad “permanente”.
Con todo y su luz que en teoría no se va, hay algunas cosas que de este lado no se ven, no se conocen, o que forman parte del “no sé/no opino”. En Madrid no convivirían con apagones de hasta 16 horas diarias, de seguro no se conocen las letrinas en persona y tampoco conocerán la sensación (desagradable, claro) de ver una de ellas a punto de rebosar su contenido. Tampoco conocerán al genio que se le ocurrió disfrazarse de letrina durante el carnaval. No se imaginarán vivir en una ciudad donde prácticamente no existan los pasos peatonales e incluso en su territorio, me atrevo a suponer que no recuerdan la imagen del Manzanares, con tanta obra en la autopista M-30.

En una ciudad tan cosmopolita no se imaginarán la vida donde el transporte público puede llegar a ser como el troncomóvil de Pedro Picapiedra y donde la mitad del año estamos en temporada de huracanes. Eso sí, de lo que estoy segura es de que envidiarían con toda su alma despertar todos los días con un cielo que abruma de azul, unas playas que son capaces de hacer babear al adulto más serio y una riqueza natural que permite descubrir nuevos rincones todos los días (de la gente ya hablaremos luego, prometo otro capítulo). Las experiencias no están escritas, pero el Caribe es así. Es capaz de devolverte la vida, al igual que mi media isla que forma parte de él, la República Dominicana.
Para diferencias, hay muchas. Quizás los periodistas de Madrid no tendrían que cruzar un río a caballo para cubrir una noticia o no tendrían que trasladarse tres días a otra ciudad para esperar que catorce chicos que se perdieron en una cordillera sean rescatados por un equipo especializado de la siempre “benefactora” nación estadounidense. Evito las apuestas, y la verdad no sé si me importa. Cuando miro a mi alrededor, lo que veo es lo que he aprendido en casi diez meses de vivencias en esta ciudad que me gusta tanto como la que tengo del otro lado del Atlántico.
Todavía me falta mucho, pero de lo que no olvidaré, aquí van unas cuantas cosas como adelanto: existe gente que vale su peso en oro en todas partes, me puede llegar a gustar el picante (la junta con los mexicanos me está influenciando), hablar el mismo idioma no es necesariamente hablar el mismo idioma, de vez en cuando vale la pena un buen “botellón” (aunque implique torturar a los vecinos cantando con garganta desafinada), en Colombia a la música del amargue se le llama “pa´ planchar”, cuando “flipas” es cuando no te lo crees del asombro y los tíos y tías no son necesariamente parientes tuyos.
Completo mi teoría: esta suma de vivencias, recogidas de un lado y del otro del océano, o me sobra o me hace más rica. No creo que me vaya a matar. Así que, tal y como lo veo, todo esto sólo puede ir a mejor.