18.7.06

Las letrinas que le faltan a Madrid…

Busco qué hacer en una noche sin luna y sin energía eléctrica. Esto de que se fuera la luz no creí que vendría a vivirlo en el “primer mundo”. A estas alturas, después de dos horas de oscuridad compartida, he llegado a la conclusión-luego de hacer sufrir a mi compañera de piso con todas las tonterías que se me ocurrían por aburrimiento- de que hay previsiones como la de la vela en la despensa que no debemos perder nunca, incluso cuando se muda uno a una ciudad con electricidad “permanente”.
Con todo y su luz que en teoría no se va, hay algunas cosas que de este lado no se ven, no se conocen, o que forman parte del “no sé/no opino”. En Madrid no convivirían con apagones de hasta 16 horas diarias, de seguro no se conocen las letrinas en persona y tampoco conocerán la sensación (desagradable, claro) de ver una de ellas a punto de rebosar su contenido. Tampoco conocerán al genio que se le ocurrió disfrazarse de letrina durante el carnaval. No se imaginarán vivir en una ciudad donde prácticamente no existan los pasos peatonales e incluso en su territorio, me atrevo a suponer que no recuerdan la imagen del Manzanares, con tanta obra en la autopista M-30.

En una ciudad tan cosmopolita no se imaginarán la vida donde el transporte público puede llegar a ser como el troncomóvil de Pedro Picapiedra y donde la mitad del año estamos en temporada de huracanes. Eso sí, de lo que estoy segura es de que envidiarían con toda su alma despertar todos los días con un cielo que abruma de azul, unas playas que son capaces de hacer babear al adulto más serio y una riqueza natural que permite descubrir nuevos rincones todos los días (de la gente ya hablaremos luego, prometo otro capítulo). Las experiencias no están escritas, pero el Caribe es así. Es capaz de devolverte la vida, al igual que mi media isla que forma parte de él, la República Dominicana.
Para diferencias, hay muchas. Quizás los periodistas de Madrid no tendrían que cruzar un río a caballo para cubrir una noticia o no tendrían que trasladarse tres días a otra ciudad para esperar que catorce chicos que se perdieron en una cordillera sean rescatados por un equipo especializado de la siempre “benefactora” nación estadounidense. Evito las apuestas, y la verdad no sé si me importa. Cuando miro a mi alrededor, lo que veo es lo que he aprendido en casi diez meses de vivencias en esta ciudad que me gusta tanto como la que tengo del otro lado del Atlántico.
Todavía me falta mucho, pero de lo que no olvidaré, aquí van unas cuantas cosas como adelanto: existe gente que vale su peso en oro en todas partes, me puede llegar a gustar el picante (la junta con los mexicanos me está influenciando), hablar el mismo idioma no es necesariamente hablar el mismo idioma, de vez en cuando vale la pena un buen “botellón” (aunque implique torturar a los vecinos cantando con garganta desafinada), en Colombia a la música del amargue se le llama “pa´ planchar”, cuando “flipas” es cuando no te lo crees del asombro y los tíos y tías no son necesariamente parientes tuyos.
Completo mi teoría: esta suma de vivencias, recogidas de un lado y del otro del océano, o me sobra o me hace más rica. No creo que me vaya a matar. Así que, tal y como lo veo, todo esto sólo puede ir a mejor.

1 comentario:

van dijo...

Teniendo en cuenta que te habla la persona menos patriótica de esta España nuestra, no te extrañe que no vaya a defender a este Madrid que enamora ni a enredarme en una discusión que, como todas, no lleva a ninguna parte... sólo decir que: una vela en la despensa nunca debe faltar y no lo digo sólo por los apagones; que los pasos de cebra son imprescindibles; que me encantaría viajar en el "troncomóvil" y que mi cielo azul no tiene nada que envidiar al suyo... tal vez el mar.
Eso sí, hay dos cosas que allí no encontró nunca: una es el Real Madrid y la otra ya la sabe...

Bienvenida a este mundo paralelo.

Besos