Él tenía menos de dos años, acababa de aprender a caminar, pero paso a paso había alcanzado una de las más temidas etapas: la de los porqués.
A esa edad, ya me había sorprendido varias veces con sus “análisis” (por decirlo de alguna forma), así que mi decisión de tía responsable fue decirle siempre la verdad, procurando hacerla sencilla. Todavía no era el tiempo para historias de fantasías, ni para dragones, ni para duendes inexistentes.
Así que este día en particular, me sorprendió maquillándome frente al espejo. Me miró unos segundos como analizándome. Y cayó la bomba:
-¿Qué haces, tía?
Juro que casi entro en estado de shock. Esto de explicarle el maquillaje a un niño tan pequeño no era nada fácil…
-Bueno…-comencé con toda calma- me estoy poniendo maquillaje. Son pinturas de colores que nos ponemos las mujeres en la cara para vernos más bonitas.
Siguió observándome, ya no con curiosidad, sino como alguien que procesa una información, la analiza y entonces…
-¿Como los payasos, tía?
A pesar de que mi ego se humilló un poco, y que durante unos segundos no pude pronunciar palabra, tuve que admitirlo.
-Pues sí…como los payasos.